LA HISTORIA DE KAMALA Y AMALA
( Extraído del libro de M. Sidorov: “Cómo el hombre llegó a pensar”. Edit. Pueblos Unidos, 1966)
Esto sucedió en 1920. Un pequeño grupo de personas realizaban un viaje por unos apartados distritos de la India, donde los escasos poblados se hallan esparcidos por la inhóspita jungla. Figuraba en el grupo un hombre llamado Singj, misionero y director de un albergue infantil.
Singj recorría periódicamente las aldeas de la zona que se hallaba a su cargo, recogía a los niños abandonados y los llevaba al albergue donde, con la ayuda de su mujer, los alimentaba y los educaba. Cuando los niños habían crecido, Singj los ayudaba a colocarse, a encontrar casa y trabajo, y se iba en busca de otros niños abandonados.
A comienzos de octubre, Singj y sus compañeros de viaje llegaron a la aldea de Godamur y se alojaron en casa de uno de los habitantes de la localidad. Ya descendía la noche cuando el dueño de la casa se precipitó en la habitación y, temblando de miedo, empezó a contar que en la jungla vagaban espectros. Los habían visto a unas siete millas de la aldea. Tenían cuerpo humano y una cabeza horrible, de aspecto repugnante. El dueño de la casa suplicó a Singj que los salvara de aquellos espectros. Singj procuró calmar al asustado anfitrión y le prometió aclarar aquel fenómeno.
Al día siguiente y por indicación suya, unas personas de la aldea montaron un gran tablado de caza en unos árboles próximos al lugar en que se había visto a los espectros. Singj, sus compañeros y un hombre de la localidad se acomodaron en aquel tablado para observar. La vivienda de los aparecidos formaba un pequeño montículo que recordaba las construcciones de los termes; el montículo tenía varias entradas y salidas. Transcurridas veinticuatro horas, cerca de las cinco de la tarde, en una de las entradas de la madriguera apareció un lobo adulto. Le seguía los pasos una loba, y, tras ella, salieron dos lobeznos.
Luego, a través de sus gemelos, Singj vio salir de la madriguera un “espectro”, el cual seguía a los lobeznos avanzando a gatas. Acto seguido apareció aún otro espectro, aunque sensiblemente menor que el primero. Con los gemelos se veía muy bien que, no solo eran humanos los cuerpos de los espectros, sino además sus rasgos faciales. A juzgar por la estatura se trataba de niños. Había que decidir lo que se debía hacer. “Son niños –pensaba Singj- . Mi misión consiste en ayudar a todos los desdichados y desamparados. He de llevar conmigo a estos niños y tratarlos como trato a todos los demás.”
El plan de captura de los espectros era sencillo: había que arrojar de su refugio a los lobos adultos y recoger a los niños. Singj pudo conseguir que la gente de la aldea le ayudara. Al día siguiente, rodearon el cubil de los lobos y empezaron a destruirlo con grandes palas metálicas. El lobo fue el primero en salir disparado y se escondió en la jungla. La loba se arrojó contra las personas y hubo que matarla a tiros. Después de ensanchar una de las entradas, unos hombres entraron en la cueva. En el fondo, enlazadas en apretado ovillo, yacían las dos criaturas y los dos lobeznos.
En una de las casas de la aldea arreglaron un rincón y colocaron a los dos niños tras una firme valla de tablas, a modo de jaula. Acechar y capturar a los “espectros” requirió varios días. Singj y sus compañeros debían proseguir su camino sin pérdida de tiempo. El misionero encargó a uno de los aldeanos del cuidado de los niños y se fue para cumplir su cometido.
Cuando regresó unos días después, tuvo la impresión de entrar en una aldea muerta. Y, en efecto, la aldea estaba desierta. Todos sus habitantes temerosos de los “espectros” habían huido. Con ellos había huido el hombre encargado de velar por los niños, quienes se hallaban moribundos en un rincón, desfallecidos de hambre y sed. Con gran trabajo logró Singj salvarlos y conducirlos al albergue.
Allí los lavaron y les cortaron el cabello. Resultó que eran niñas. Consideró Singj que una de ellas tendría cosa de año y medio, y la otra, probablemente unos ocho años. Llamaron a la pequeña Amala y a la mayor Kamala. En el albergue, únicamente el misionero y su esposa sabían de donde procedían aquellas niñas y qué niñas eran. Así pues, la idea abstracta de que un niño puede crecer entre fieras halló su confirmación práctica en la realidad.
Kamala y Amala eran criaturas humanas. Pero la vida con los lobos había dejado una impronta en la estructura de sus cuerpos. Esto concernía sobre todo y en primer lugar a las particularidades de su alimentación y al modo de desplazarse. Viviendo con los lobos, las niñas se alimentaban regularmente de carne cruda. Sus maxilares, especialmente en la niña mayor, habían alcanzado un desarrollo mucho más acentuado que en niños y niñas de la misma edad; también eran, correspondientemente, muy fuertes los músculos masticatorios. Asimismo se observaban cambios en los dientes. Kamala acababa fácilmente con grandes pedazos de carne cruda y fibrosa, y sin recurrir a la ayuda de las manos dejaba los huesos tan mondados que difícilmente ningún adulto habría podido rivalizar con ella en tal quehacer.
Para desplazarse, Kamala y Amala se valían de dos procedimientos: o se arrastraban de rodillas apoyándose con las manos o caminaban y corrían a gatas. Eran totalmente incapaces de mantenerse verticales sosteniéndose sobre los pies. Las articulaciones de la cadera y de las piernas se les habían adaptado hasta tal punto para desplazarse a gatas que de momento no podían enderezarse para hacer posible la marcha erecta.
Los brazos fuertes, bien desarrollados, algo más largos que lo habitual, realizaban la función de extremidades de apoyo y no prensoras, aunque las niñas trepaban fácilmente a los árboles. Durante el desplazamiento a gatas, los músculos del cuello mantenían sin esfuerzo la cabeza erguida.
Mas los rasgos externos puramente animales, condicionados por haber imitado a los lobos, poco dicen acerca del nivel de desarrollo de la conciencia. Lo más sorprendente para los observadores no era, precisamente, el aspecto de las dos criaturas, sino el tipo general de su conducta. Cuando las niñas hubieron recobrado las fuerzas y se les concedió cierta libertad, no tardaron en revelarse las particularidades aludidas. Kamala y Amala llevaban un género de vida típicamente crepuscular y nocturno, rehuían por todos los medios la luz, sobre todo la del sol. Durante el día buscaban el amparo de rincones oscuros y dormían, o bien permanecían sentadas, de cara a la pared, indiferentes a lo que les rodeaba. Dormían como las fieras, muy apretadas una contra la otra o tumbada una sobre la otra.
Al atardecer empezaban a desplegar una notable actividad. Se levantaban, comenzaban a arrastrarse y a andar (a gatas, desde luego). Cuando estaban hambrientas, olfateaban el aire en el lugar en que habitualmente les daban de comer. Antes de probar bocado, olisqueaban sin falta el alimento y el agua. Tenían extraordinariamente desarrollados tanto el olfato como el oído. A gran distancia percibían los olores más sutiles. No bebían en el propio sentido de esta palabra, sino que tomaban a lengüetadas la leche o el agua de una taza puestas a cuatro patas. Del mismo modo, a cuatro patas, comían el alimento sólido.
Al principio, antes de que empezaran a enseñarles activamente a familiarizarse con otros niños y a hablar, no se les escuchó más que una señal acústica. Baja y ronca inicialmente, iba convirtiéndose en un aullido alto, penetrante y prolongado. Al principio las niñas repetían con toda regularidad dicha señal, reproduciéndola con gran exactitud a unas mismas horas, a las diez de la noche, a la una y a las tres de la madrugada. Es probable que llamaran a sus educadores los lobos.
Se resistían tenazmente a cuantas tentativas se hacían para atraerlas a los juegos con otros niños, no manifestaban el menor interés por aquello a que se dedicaban quienes se encontraban a su alrededor ni le prestaban atención alguna. Si las llevaban al campo procuraban apartarse de la gente, y a veces retozaban y jugaban entre sí como animalitos jóvenes. Un día intentaron huir. Cuando una de las educandas del albergue procuró detenerlas, las niñas se arrojaron a la vez contra la muchacha y la mordieron y arañaron fuertemente. Costó gran trabajo capturarlas entre la maleza y volverlas a su lugar. En general, Kamala y Amala se movían con gran rapidez tanto en campo abierto como entre breñas.
Tenían miedo al agua, no querían de ningún modo que las lavaran, siempre se resistían a ello. También protestaban vivamente contra las tentativas de vestirlas. Se arrancaban de encima cuantas ropas les ponían., de modo que, al fin, la señora Singj se vio obligada a confeccionarles unaas fajas ceñidas a las caderas de tal modo que no se pudieran quirtar si no era cortándolas.
Según las observaciones de los esposos Singj, que casi nunca perdían de vista a Kamala y a Amala, durante los primeros meses de permanencia de las niñas en el albergue no se descubrió en ellas señal alguna de conciencia, de pensamiento o de emociones en el sentido habitual de estas palabras aplicada s a las personas. Únicamente la necesidad de alimento ponía inquietas a las dos niñas; la comida les proporcionaba un manifiesto placer, pero ello solo mientras satisfacían esa necesidad. El embotamiento mental, la indiferencia por todo cuanto sucedía durante las horas diurnas, y la actividad nocturna, típicamente animal, constituyen los rasgos que caracterizaron, en líneas generales, la conducta de aquellas niñas durante los primeros meses de vivir entre los seres humanos.
Para reflexionar:
1- Kamala y Amala eran seres humanos cuando fueron encontradas?
2-¿Cómo le explicarías a un extraterrestre que no nos conociera, qué es el ser humano?
domingo, 27 de abril de 2008
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